26.08.2021
La vida es un camino lleno de lecciones y elecciones, nos da varias opciones para recorrerla, por vías rápidas como autopistas, o vías más pequeñas con muchas bifurcaciones. La decisión sobre el recorrido es muy personal, pero en todo caso muchas de esas lecciones aparecen en forma de tropiezos o de ascensos, algunas son maravillosas, otras son muy duras, otras necesarias y otras tantas, trascendentales.
Hace unos meses tuve una experiencia que aún no se bien cómo definir; soy una persona creyente, aunque no religiosa, pero esto que me pasó siento que fue un milagro que llegó a mí justo en el momento en que lo necesitaba. Me mostró que pese al tiempo sombrío que he vivido desde hace unos meses, tengo algún propósito relevante en la vida, que soy capaz de muchas cosas, que puedo TODO y que tengo aún mucho para dar y mucho por vivir.
Esto ocurrió en junio, decidí pasar mi cumpleaños junto al mar, en busca de una recarga de energía y también para cerrar un ciclo de mi vida que fue divino, pero que sin explicación se convirtió de repente en algo muy doloroso.
Fue así que viajé a Cancún, mi paraíso personal. Sentí que el viaje podría hacerme bien, me fui sola aunque no es un destino para estarlo, pero llevaba conmigo un universo de sentimientos, ilusiones y recuerdos que nacieron allí mismo, pero esta vez con el objetivo de “depositarlos” ahí de nuevo y cerrar ese capítulo con amor para conservarlo para siempre en mi corazón.
El mar me calma, me renueva, me recarga, así que me sentía muy bien, con una nostalgia infinita, pero tranquila y feliz. Luego de un par de días me envalentoné y decidí embarcarme en una aventura. Había leído sobre un lugar llamado Las Coloradas, en la península de Yucatán, México, a 4 horas y media de camino por carretera desde Cancún.
Era un viaje largo para un solo día, pero se trataba de una laguna rosada, ¡qué increíble!, eso había que verlo. Había rentado un auto así que armé el viaje en el único día posible para hacerlo, porque era temporada de huracanes y según el estado del tiempo, ese viernes 25 de junio era la única opción posible porque a partir del día siguiente y hasta el final de mi viaje se esperaban fuertes tormentas.
Pregunté a algunas personas de la zona que coincidieron en que era muy seguro viajar y que había dos opciones, una carretera con peajes y otra sin ellos sobre la cual me dijeron que estaba en muy buenas condiciones. Solo había 15 minutos de diferencia en el recorrido, así que opté por la vía sin peajes pensando que era un poco como en Colombia, que podría ir por entre los pueblos y conocer muchos lugares. Decidí por la bifurcación.
La vía en efecto estaba muy buena, me sentía muy segura y entusiasmada, pero poco a poco comenzó a hacerse cada vez más angosta, pasé de una autopista a una vía de solo dos carriles, uno de ida y uno de regreso y empecé a adentrarme en una zona de manglar, medio selvática.
Conduje por cerca de 2 horas y media en las que nunca me crucé ni con otro carro, ni con un pueblo, ni una estación de servicio, ni una sola persona, ni siquiera una vaca o un perro, solo muchas mariposas que revoloteaban alrededor del carro. A ese punto ya me sentía un poco nerviosa porque eran demasiados kilómetros en absoluta soledad.
Iba en completo silencio porque ninguna emisora sintonizaba en la radio, no tenía red en el celular y la batería iba ya por la mitad, así que debía ahorrarla porque faltaba un buen tramo y desafortunadamente olvidé llevar el adaptador para el carro.
Conducía a unos 60 km por hora, la vía era recta, pavimentada, pero por ahí no existía nada; primero unos campos enormes y desolados y luego solo manglar. De repente, en la única o una de las únicas curvas de la carretera, algo me sucedió, no se bien si fue un micro sueño, o si me desmayé, no se qué pasó, solo sé que me salí de la vía, todo en cuestión de segundos.
Algo me recibió y me regresó a la carretera, en medio de mi pérdida del sentido, solo recuerdo que me vi a mi misma aferrada al timón, maniobrando para retomar el control, con cara de pánico absoluto y sintiendo como el carro rebotaba contra algo que se sintió casi acolchonado. No puedo explicarlo, estoy segura de que no me vi a través del retrovisor, no, me vi completa, como si por un momento me hubiera salido de mi cuerpo.
Fue cuando volví en mí, que sentí rebotar, maniobrar y regresar a la vía, enseguida frené y apagué el carro. Me quedé por unos segundos ahí sin comprender bien lo que había pasado. Cuando reaccioné, me miré a ver si todo en mí estaba bien, y sí; me bajé para mirar el estado del vehículo, solo se veían huellas verdes y algo de barro, pero aparentemente no había ocurrido nada.
Miré hacia atrás y ahí estaba el manglar, pero justo en la mitad de la curva había un arbusto pequeño, muy frondoso, solo eso, no había nada más el resto era vacío. Eso fue lo que me recibió y me amortiguó evitando un accidente grave, de no ser por eso, quizás hoy la historia sería otra y de haber caído quizás nadie me hubiera encontrado.
Me invadió el miedo y por un momento me paralicé, luego comprendí que todo pudo haber sido muy grave, pero no lo fue; yo solo trataba de entender esa cadena de hechos tan inexplicables: empezando por las mariposas, la única curva del camino, la pérdida del sentido, el arbusto, golpear justo en él y no haber caído al pantano, verme a mí misma, rebotar, que no viniera ningún carro que hubiera podido chocar, estar sola en medio de la nada. Una ecuación sin resolver en la que literalmente algo me salvó la vida.
Cuando me sobrepuse a ese bombardeo de imágenes en mi mente y descubrí que solo me tenía a mí misma para salir de ahí, pensé -he conducido más de dos horas y media hasta aquí, devolverme no es una opción porque sería regresar por la misma vía solitaria- mi alternativa en esta nueva bifurcación era continuar aún en medio del nerviosismo a causa del accidente; finalmente solo faltaba 1 hora y media hasta mi destino, era mejor seguir adelante que regresar.
Reanudé mi camino, avancé pocos kilómetros y el carro comenzó a hacer un ruido terrible, pensé que se había dañado y de ser así, nadie podría ayudarme porque yo seguía en medio de la nada sin maneras de hacer al menos una llamada.
Paré a mirar por debajo, pensando que quizás era una rama enredada pero no había tal, resultó que con el impacto se desprendió una parte plástica que va debajo del bómper de lado a lado, y eso se iba arrastrando.
No parecía grave así que intenté volver a ponerlo en su sitio, pero no había manera de agarrarlo. Yo no tenía ni un cordón, ni un caucho, ni una cuerda, nada con lo que pudiera amarrarlo, tampoco se me ocurrió arrancarlo, estaba bloqueada.
Puse las estacionarias, me recosté contra el carro y de repente apareció un carro blanco, me sobrepasó y paró unos metros adelante. Vi que un hombre me hizo señas a través del espejo.
Estuve a punto de decirle que se fuera, pensé que, en medio de esa soledad, quizás podría robarme o hacerme daño, era difícil no sentir miedo. Pero justo cuando alcé mi mano para hacerle señas de que se fuera, se asomó por la ventana una niña, eso me dio confianza y de inmediato cambié mis señas por un llamado de ayuda.
Fue como si la vida me hubiera enviado a un ángel y eso lo ratifiqué cuando miró el daño y me dijo -tranquila, yo tengo justo lo que se necesita para arreglarlo-. Abrió el baúl de su carro y estaba vacío, lo único que había era un tapete, unos alicates y dos zunchos de plástico, ni siquiera una caja de herramientas, solo eso. ¡Fue sobrecogedor!, en realidad era como él dijo, justo lo que se necesitaba.
Puso el tapete en el suelo pedregoso, se arrodilló, puso la pieza en su lugar, la sujetó con los zunchos y la aseguró con el alicate. Me dijo -tranquila, ya con eso usted puede llegar a su destino-. Le agradecí, subió a su carro y arrancó.
Yo me subí al mío y nuevamente estuve a punto de derrumbarme; ahí fue donde sentí que todo era un milagro. Como me demoré un poco en arrancar, el señor frenó y me esperó. Me acompañó casi por una hora más de recorrido hasta que llegamos a una nueva bifurcación y el se fue hacia la izquierda y mi rumbo continuó hacia la derecha. Nunca supe su nombre.
Finalmente, el lugar tan esperado, la majestuosa laguna rosada. Era verdad, existía, y yo estaba ahí en un lugar increíble, como de cuento. Ese lugar maravilloso convirtió toda la experiencia en magia.
Al regreso, desde luego opté por la vía con peajes, pero de repente, comenzó a llover muy fuerte, tuve miedo, pero me mantuve en control y al final, la lluvia era solo un pretexto más de la vida para mostrarme que yo tengo un propósito, que aún no es mi tiempo y que todo iba a estar bien, la vida me habló cerrando ese día con un majestuoso arcoíris doble que me dijo a gritos que las tormentas no duran para siempre, las nubes negras se van y al final hay luz, color, magia y lagunas rosadas.
Desde entonces decidí aún con más firmeza vivir, no decirle que no a aquellas cosas que están llegando a mi sin explicación y que siento que me hacen bien; dar, estar, recibir y también dejar ir lo que se quiere ir y asumir con entereza cada una de mis elecciones en las bifurcaciones.
En momentos en que la vida comienza a darme tantas y tan grandes lecciones, decidí no darle espera a nada, amar hoy, perdonar y pedir perdón hoy, abrazar ya, ayudar y pedir ayuda de inmediato, hacer lo que me nace ya, sin pensarlo demasiado, solo con la certeza de las emociones que me mueven y que me dicen que hacerlo así está bien y que, si voy segura de mí misma, aferrada a mis convicciones, pero con la mente abierta, nada me hará daño.
Gracias a Dios hoy estás aquí y más viva que nunca.
Personas como tú pasan por este mundo dejando huella y para hacerlo, la vida les tiene muchísimas experiencias, esa es su forma de darles material para escribir su gran historia.
Dios siempre estará allí y aunque parezca distante, siempre te dará señales de su amor.
Que dura pero milagrosa experiencia mi Wen.
Al Final una experiencia liberadora, el universo tiene formas inimaginables de comunicarse con nosotros, un abrazo.